domingo, 13 de octubre de 2013

HIJOS DEL PINTOR EN EL SALON JAPONES.M. Fortuny.Museo Nacional del Prado 





En este cuadro inacabado Fortuny pinta a sus dos hijos, Mariano y María Luisa, sobre un gran diván de Villa Arata en Portici, residencia de verano del artista y su familia junto a la ciudad de Nápoles.
Fortuny también se sintió atraído por la temática oriental desde el punto de vista decorativo. Buena muestra de ello es esta espléndida pintura.
Los hijos del pintor en un salón japonés es sin duda el cuadro que mejor proclama la intención del pintor de dejar el lenguaje artístico que le había llevado a la fama internacional, a una vida acomodada y sin ningún tipo de preocupación. 

Su afición por lo cotidiano le hizo representar la escena como si el espectador estuviera presente. Si bien en otras obras de Fortuny los elementos decorativos de influencia japonesa tenían una función puramente secundaria, de telón de fondo, en esta ocasión se puede decir que se convierten en los protagonistas de la composición, mucho más que los hijos del artista, Mariano y María Luisa. Se trata de una pintura en la que el pintor quiso realizar un ejercicio compositivo y cromático, sin ningún tipo de concesión al argumento.
A los pocos meses de pintar este cuadro moría Mariano Fortuny en Roma, con el reconocimiento general de la crítica. Como en otros casos de grandes genios que ven su vida truncada antes de llegar a los cuarenta años, nos preguntamos hasta donde podría haber llegado el maestro catalán. A pesar de su origen modesto pudo estudiar en París y Roma las tendencias más vanguardistas de la pintura europea que siempre supo apreciar con agudeza. A modo de contrapunto viajó en varias ocasiones a Marruecos donde se sumergió en una cultura diferente a la europea. El orientalismo, el realismo, el impresionismo e incluso el modernismo se abren paso en un arte sumamente personal. Vio cómo los marchantes y coleccionistas se disputaban su obra. Y además emparentó con el maestro Federico Madrazo, hombre muy influyente de la alta sociedad madrileña. Seguramente ningún artista de la época pudo disfrutar de una vida tan dinámica e interesante como la suya, y desde luego jamás gozaría de un éxito tan arrebatador como solo él mismo conoció.

Hijos del pintor 

viernes, 4 de octubre de 2013

La dama del Armiño. Leonardo da Vinci. 1488-1490. Cracovia.



La joven aparece representada en un retrato de tres cuartos con el cuerpo en diagonal y el rostro girado, no está posando sino que el genio renacentista la habría captado en un movimiento espontáneo cuando la joven se giraba para escuchar a alguien que quedó fuera del cuadro.
Aparece ataviada según la moda de la época con un vestido en azul y granate de escote cuadrado y en el cuello un collar de cuentas con doble vuelta. Su rostro aparece enmarcado por una especie de velo decorado por una cinta.
Su rostro es representado con gran elegancia y finura y sus rasgos delicados son captados con gran perfección por el pintor renacentista.
En los brazos sostiene un armiño blanco que ha tomado diferentes significados simbólicos. El animal se ha relacionado con el emblema de Ludovico Sforza un pequeño armiño, o con virtudes propias de la dama como el equilibrio y la tranquilidad, su blancura también se identifica con la pureza.
Una ligera sonrisa se sugiere en los labios de Cecilia Gallerani, recurso también utilizado y mucho más conocido en la famosa Gioconda o Mona Lisa de este artista.
La mano con la que la joven acaricia al animal es fruto de un profundo estudio anatómico, de hecho no podemos olvidar que Leonardo era asiduo a los estudios forenses y compraba cadáveres para estudiar su anatomía plasmando después sus conocimientos en sus cuadernos de dibujo.
El fondo, hoy totalmente oscuro y con una inscripción, en origen tenía una ventana por donde penetraba la luz. Es esta misma luz lo que hace que la joven aparezca iluminada fuertemente por la izquierda hacia donde gira su rostro, y se vaya ensombreciendo paulatinamente ayudando a otorgar profundidad a la composición.
LA DAMA DEL ARMIÑO