sábado, 1 de junio de 2013

AGNUS DEI. F. Zurbaran. 1664. Museo del Prado.


Zurbarán represento en varias ocasiones el cordero como víctima propicia al sacrificio y por tanto como símbolo de Cristo, cuya muerte salvaría a la humanidad del pecado. Esta es la más refinada y la de mayor calidad de todas las. El animal, un carnerillo en este caso, aparece con las patas atadas, con una expresión de mansedumbre y dando sensación de abandono.
El pintor utiliza los mínimos elementos indispensables y una reducida gama de colores, una mancha luminosa dispuesta sobre una superficie gris indeterminada y que destaca sobre un fondo de densa oscuridad.
         Esta obra al mismo tiempo es un ejemplo de su capacidad técnica para mostrar los detalles y las texturas, lo que se manifiesta en la humedad del hocico o el los ojos, con sus delicadas pestañas, así como en la aspereza de los cuernos y el tacto esponjoso de la lana un poco sucia que le confiere mayor realismo.

PABLO DE VALLADOLID. Velázquez. 1635. Museo del Prado.


El pintor E. Manet (1832-1883) afirmó que esta obra era “quizá el trozo de pintura más asombroso que se haya pintado jamás”, lo que nos da una idea de la capacidad innovadora de Velázquez, que aquí crea un espacio sin ninguna referencia geométrica que delimite ni el suelo ni las paredes. La figura de Pablo de Valladolid, que trabajó en la corte desde 1632 hasta su muerte se integra con toda verosimilitud en un espacio sugerido sólo por su sombra y la degradación de la luz.
         El personaje se muestra en una actitud declamatoria, como un actor en un escenario imaginario, y es muy posible que su presencia en la corte se debiera a sus dotes cómicas o interpretativas. Toda la obra esta realizada con gran economía de medios, pero también con toda la seguridad que caracteriza la madurez del autor.