Zurbarán
represento en varias ocasiones el cordero como víctima propicia al sacrificio y
por tanto como símbolo de Cristo, cuya muerte salvaría a la humanidad del
pecado. Esta es la más refinada y la de mayor calidad de todas las. El animal,
un carnerillo en este caso, aparece con las patas atadas, con una expresión de
mansedumbre y dando sensación de abandono.
El
pintor utiliza los mínimos elementos indispensables y una reducida gama de
colores, una mancha luminosa dispuesta sobre una superficie gris indeterminada
y que destaca sobre un fondo de densa oscuridad.
Esta obra al mismo tiempo es un ejemplo de su capacidad
técnica para mostrar los detalles y las texturas, lo que se manifiesta en la
humedad del hocico o el los ojos, con sus delicadas pestañas, así como en la
aspereza de los cuernos y el tacto esponjoso de la lana un poco sucia que le
confiere mayor realismo.