Esta representación del
Niño espulgándose puede considerarse como el primer testimonio conocido de Murillo
dedicado a los temas populares. Corresponde a los años en que comenzaba a
hacerse un hueco en el ambiente artístico sevillano y refleja las
características iniciales de su estilo, destacando el naturalismo y el marcado
juego de luces y sombras.
Murillo muestra a un niño sentado en el suelo de una estancia vacía y poco acogedora. El muchacho, por sus remendadas vestimentas, parece un mendigo, un pícaro, pero no transmite suciedad, excepto las plantas de los pies que nos indican su falta de calzado, ni tampoco está famélico. Recostado sobre la pared, se halla absorto en la tarea de quitarse algún tipo de parásito de sus raídas ropas que le está incordiando. El marcado contraste lumínico producido por la penumbra ambiental, rota por el rayo de sol que penetra a través del pequeño vano situado a la izquierda, ilumina la figura y contribuye a crear una mayor volumetría. La potente luz y el uso de colores pardos refuerzan el ambiente melancólico que define la composición, destacando la sensación de abandono y miseria que envuelve al protagonista. La escena se completa con la naturaleza muerta, tan del gusto de muchos de los pintores barrocos españoles, el cántaro de barro, el capazo de mimbre del que se escapan unas frutas y los restos de camarones. Parece que el muchacho se ha visto obligado a interrumpir su frugal almuerzo por la inesperada entrada en acción de la pulga. Como ya describiera Miguel de Cervantes en una de sus nombradas "novelas ejemplares" Rinconete y Cortadillo, Sevilla era una ciudad de desbordante vida popular en la que dominaba una enorme masa de maleantes, rufianes, pícaros y mendigos. En la bisagra entre el XVI y el XVII, en los años en los que Cervantes escribió su famoso relato, las condiciones económicas de la ciudad comenzaron a empeorar de tal modo que, en época de Murillo, este tipo de población marginal había aumentado notablemente, teniendo que vivir en condiciones extremadamente difíciles. Esta situación se acentuó a partir de un nuevo episodio de peste bubónica desatado en el año 1649, que disminuyó en poco tiempo la población Sevillana.
Murillo muestra a un niño sentado en el suelo de una estancia vacía y poco acogedora. El muchacho, por sus remendadas vestimentas, parece un mendigo, un pícaro, pero no transmite suciedad, excepto las plantas de los pies que nos indican su falta de calzado, ni tampoco está famélico. Recostado sobre la pared, se halla absorto en la tarea de quitarse algún tipo de parásito de sus raídas ropas que le está incordiando. El marcado contraste lumínico producido por la penumbra ambiental, rota por el rayo de sol que penetra a través del pequeño vano situado a la izquierda, ilumina la figura y contribuye a crear una mayor volumetría. La potente luz y el uso de colores pardos refuerzan el ambiente melancólico que define la composición, destacando la sensación de abandono y miseria que envuelve al protagonista. La escena se completa con la naturaleza muerta, tan del gusto de muchos de los pintores barrocos españoles, el cántaro de barro, el capazo de mimbre del que se escapan unas frutas y los restos de camarones. Parece que el muchacho se ha visto obligado a interrumpir su frugal almuerzo por la inesperada entrada en acción de la pulga. Como ya describiera Miguel de Cervantes en una de sus nombradas "novelas ejemplares" Rinconete y Cortadillo, Sevilla era una ciudad de desbordante vida popular en la que dominaba una enorme masa de maleantes, rufianes, pícaros y mendigos. En la bisagra entre el XVI y el XVII, en los años en los que Cervantes escribió su famoso relato, las condiciones económicas de la ciudad comenzaron a empeorar de tal modo que, en época de Murillo, este tipo de población marginal había aumentado notablemente, teniendo que vivir en condiciones extremadamente difíciles. Esta situación se acentuó a partir de un nuevo episodio de peste bubónica desatado en el año 1649, que disminuyó en poco tiempo la población Sevillana.
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