martes, 16 de abril de 2013

RETRATO DE INOCENCIO X 1650 Velázquez Roma


En 1649 Velázquez emprende el segundo viaje a Roma, permaneciendo en esa ciudad durante casi un año. De su encuentro con el papa Inocencio X queda el que para desdicha de Felipe IV, es el mejor retrato del pintor. Es conocido que antes de realizarlo pintó, como prueba un retrato de su siervo, Juan de Pareja. El resultado llevo a que el papa huraño aceptará dejarse retratar por el maestro, que así continuaría la estela compositiva de los Papas iniciada por Rafael y su admirado Tiziano. De no ser por la conmovedora plasmación del carácter de Inocencio, por la atención a la psicología del modelo, cabría reparar en el soberbio virtuosismo técnico de la obra.

Técnicamente, el retrato es elogiado por su arriesgada gama de color, de rojo sobre rojo: sobre un cortinaje rojo, resalta el sillón rojo, y sobre éste el ropaje del papa. Esta superposición de rojos no consigue aplastar el vigor del rostro. Velázquez no idealiza el cutis del papa dándole un tono nacarado, sino que lo representa rojizo y con una barba desmañada, más de acuerdo con la realidad.
Dentro de la evolución pictórica de Velázquez, podemos contemplar que su mano está mucho más suelta, a la hora de pintar, que al comienzo de su carrera, pero que aun así sigue consiguiendo la misma calidad, tanto en los ropajes como en los objetos; se acerca cada vez más al impresionismo si bien la comparación con este movimiento artístico resulta equivocada. Más bien, Velázquez recuperó la tradición colorista de Tiziano y la escuela veneciana.

Se cuenta que, cuando el papa vio terminada la obra, exclamó, un tanto desconcertado: Troppo vero! («demasiado veraz»), aunque no pudo negar la calidad del mismo. El pontífice obsequió a Velázquez con una medalla y una cadena de oro, que figurarían entre los bienes del pintor cuando éste falleció.

El artista contemporáneo Francis Bacon realizó unas 40 interpretaciones sobre esta obra, tanto del mismo formato como en encuadres limitados a la cabeza. Se cuenta que se basó sólo en fotografías y que nunca vio el cuadro original, a pesar de haber tenido ocasión de ello, alegando que no podría soportar su impacto.
Hoy se cree que sí llegó a verlo en Roma, pero que afirmó eso como una «boutade» (fanfarronada) o para mitificar su influencia.






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