El retrato que hoy nos ocupa, Francisco Lezcano, el
Niño de Vallecas, lo podemos contemplar en el Museo del Prado, acompañado de
otros enanos y bufones rodeando a Las Meninas.
El enano se llamaba Francisco Lezcano y solía
apodarse el Vizcaíno, por ser natural de Vizcaya. El mote de Vallecas se añade
medio siglo después de pintado el lienzo. El efigiado aparece documentado en
Palacio desde 1634, como enano del príncipe Baltasar Carlos.
El artista parece situar al protagonista, un niño
de unos doce años, en el interior de una gruta, sentado sobre una elevación,
quizá al abrigo de las inclemencias del tiempo; podemos adivinarlo por el cielo
nublado, la escasa luminosidad que hay en el exterior y la lluvia que parece
caer sobre la sierra madrileña. Con gran maestría y utilizando una paleta casi
monocroma, en la que predomina la gama de verdes, color característico de la
indumentaria cinegética, el maestro logra una composición de grandes volúmenes,
reforzados por el elevado punto de mira. Las únicas notas de color las pone en
zonas del cuerpo: el iluminado rostro, las manos, el trozo descubierto de la
pierna derecha al haberse caído la calza y en la parte del jubón que sobresale
por encima del tabardo. El eje de la composición está en una línea vertical que
comienza en el rostro, desciende hasta las manos y termina en el escorzo del
pie izquierdo, que evidencia su deformidad, reforzada por la suela del calzado “de
cojo”. Esta pierna es más corta que la otra, pero Velázquez lo aborda con una
gran sensibilidad, las dos piernas en para- lelo hubieran mostrado la cojera en
toda su dimensión. De los cortos brazos, como una prolongación del cuello,
asoman unas manitas regordetas que sujetan un objeto, que podría tratarse de un
mendrugo de pan, un casco de teja, un mazo de naipes o incluso un librito. La
cabeza, de gran tamaño, esta inclinada hacia la izquierda y ligeramente
descontrolada. La cara del niño, iluminada de izquierda a derecha, como un
fogonazo de luz conseguido por el uso del color rosa, está abotargada, los
entrecerrados ojos no tienen expresión y aparecen más separados de lo normal.
El puente de la nariz semeja deprimido y la boca entreabierta insinúa una sonrisa
bobalicona. El cabello rubio ceniza lacio le enmarca la cara, a modo de
casquete, dejando al descubierto una frente bastante ancha. El maestro ha
plasmado en este lienzo, con gran acierto, todas las manifestaciones clínicas
del “cretinismo”.
Las primeras descripciones médicas del
hipotiroidismo o cretinismo, como también se le denomina, datan del siglo XVI.
La palabra cretino procede del latín christianus (cristiano), y una posible
explicación de la formación de la expresión estaría en el aspecto monstruoso y
en las graves lesiones intelectuales del cretino, que lo acercan al mundo de
las fieras. Los familiares intentaban remediar este “problema” mediante el
bautismo, afirmando que se trataba de un cristiano y no de una bestia. No obstante
otros opinan que el cretino debido a su idiotez era incapaz de cometer pecados.
Lezcanillo murió en 1649, tres años después que su
amo el príncipe Baltasar Carlos fallecido inesperadamente en Zaragoza en 1646.
Independientemente de la magnífica técnica empleada en la composición, es en
la gran humanidad de Velázquez quien al retratar a un ser con evidentes
deficiencias lo hace con tal dignidad que des- pierta la sensibilidad del
espectador.
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