sábado, 27 de abril de 2013

EL NIÑO DE VALLECAS. Velázquez. 1642. Museo del Prado.


El retrato que hoy nos ocupa, Francisco Lezcano, el Niño de Vallecas, lo podemos contemplar en el Museo del Prado, acompañado de otros enanos y bufones rodeando a Las Meninas.
El enano se llamaba Francisco Lezcano y solía apodarse el Vizcaíno, por ser natural de Vizcaya. El mote de Vallecas se añade medio siglo después de pintado el lienzo. El efigiado aparece documentado en Palacio desde 1634, como enano del príncipe Baltasar Carlos.
El artista parece situar al protagonista, un niño de unos doce años, en el interior de una gruta, sentado sobre una elevación, quizá al abrigo de las inclemencias del tiempo; podemos adivinarlo por el cielo nublado, la escasa luminosidad que hay en el exterior y la lluvia que parece caer sobre la sierra madrileña. Con gran maestría y utilizando una paleta casi monocroma, en la que predomina la gama de verdes, color característico de la indumentaria cinegética, el maestro logra una composición de grandes volúmenes, reforzados por el elevado punto de mira. Las únicas notas de color las pone en zonas del cuerpo: el iluminado rostro, las manos, el trozo descubierto de la pierna derecha al haberse caído la calza y en la parte del jubón que sobresale por encima del tabardo. El eje de la composición está en una línea vertical que comienza en el rostro, desciende hasta las manos y termina en el escorzo del pie izquierdo, que evidencia su deformidad, reforzada por la suela del calzado “de cojo”. Esta pierna es más corta que la otra, pero Velázquez lo aborda con una gran sensibilidad, las dos piernas en para- lelo hubieran mostrado la cojera en toda su dimensión. De los cortos brazos, como una prolongación del cuello, asoman unas manitas regordetas que sujetan un objeto, que podría tratarse de un mendrugo de pan, un casco de teja, un mazo de naipes o incluso un librito. La cabeza, de gran tamaño, esta inclinada hacia la izquierda y ligeramente descontrolada. La cara del niño, iluminada de izquierda a derecha, como un fogonazo de luz conseguido por el uso del color rosa, está abotargada, los entrecerrados ojos no tienen expresión y aparecen más separados de lo normal. El puente de la nariz semeja deprimido y la boca entreabierta insinúa una sonrisa bobalicona. El cabello rubio ceniza lacio le enmarca la cara, a modo de casquete, dejando al descubierto una frente bastante ancha. El maestro ha plasmado en este lienzo, con gran acierto, todas las manifestaciones clínicas del “cretinismo”.
Las primeras descripciones médicas del hipotiroidismo o cretinismo, como también se le denomina, datan del siglo XVI. La palabra cretino procede del latín christianus (cristiano), y una posible explicación de la formación de la expresión estaría en el aspecto monstruoso y en las graves lesiones intelectuales del cretino, que lo acercan al mundo de las fieras. Los familiares intentaban remediar este “problema” mediante el bautismo, afirmando que se trataba de un cristiano y no de una bestia. No obstante otros opinan que el cretino debido a su idiotez era incapaz de cometer pecados.
Lezcanillo murió en 1649, tres años después que su amo el príncipe Baltasar Carlos fallecido inesperadamente en Zaragoza en 1646. Independientemente de la magnífica técnica empleada en la composición, es en la gran humanidad de Velázquez quien al retratar a un ser con evidentes deficiencias lo hace con tal dignidad que des- pierta la sensibilidad del espectador.
EL NIÑO DE VALLECAS
DETALLE DEL ROSTRO

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