De los tres cuadros que
Goya pintó para el frontispicio de la iglesia de san Fernando, a las afueras de
Zaragoza, y que deberían servir como retablo, tan sólo se conservan los bocetos
, pues los cuadros desaparecieron durante el expolio, que tuvo lugar en la
Guerra de la Independencia.
Este iba destinado al
altar de la izquierda, al lado del Evangelio, y como los otros dos fue
calificado por Jovellanos como “obra admirable…. por la fuerza del claroscuro,
la belleza inimitable del colorido y una cierta magia de luces y tintas adonde
parece que no puede llegar otro pincel”
Nos encontramos ante una
obra donde el maestro vuelve a romper moldes de forma y fondo. La amplitud de
la pincelada, el estudio cromático, a base de una gama de ocres que enriquece
el ambiente, se ponen al servicio de un tema que, por momentos deja de ser
religioso y se transforma en expresiva naturalidad de una escena seguramente no
inusual en aquella época, la necesidad de que el desvalido sea atendido por el
poderoso y el médico busque remedio al dolor.
En esta ocasión es Santa
Isabel, reina de Portugal la que se acerca a la enferma solicita a ¿limpiar y
vendar la herida del pie?, ¿vendar e inmovilizar el tobillo dislocado?,
¿reducir la fractura posible?. No se sabe a ciencia cierta, pero desde luego el
acto médico, traumatológico, se está produciendo en una dolencia que por el
gesto de la paciente no parece ser banal.
Santa Isabel curando a una mujer |
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